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Historia de la Fiebre Amarilla

La Fiebre Amarilla se conoce en nuestro continente, por los europeos, desde el año de 1648, aunque podemos inferir por lecturas y estudios realizados con diversos documentos precolombinos como son los Códices de las antiguas civilizaciones mayas, que esta enfermedad ya era conocida desde mucho antes del arribo de las huestes españolas al territorio continental americano.

La Fiebre Amarilla o Vómito Negro, como se le bautizó popularmente, fue para los españoles una enfermedad nueva, terrible, mortal, que diezmó a sus tropas y frenó el desarrollo económico y social de estas tierras del mundo, por lo menos por un prolongado lapso de tiempo.

Fue además una de las principales entidades noseológicas a que los galenos de la época se tuvieron que enfrentar, por eso no es de extrañar que fijaran su interés en la misma un grupo grande de profesionales desde casi los primeros momentos de su aparición. Por ejemplo, en Cuba, el primer libro sobre medicina publicado fue justamente sobre esta enfermedad: Memoria sobre el vómito negro enfermedad epidémica de las Indias occidentales..., del insigne médico doctor Tomás Romay y Chacón, una de las figuras más grandes de la medicina cubana de todos los tiempos, con una admirable labor en el campo del salubrismo y la prevención de enfermedades, que podemos considerar sin dudas como nuestro primer epidemiólogo y el médico más importante de su tiempo.

Este libro salió de las prensas editoriales en el año de 1797, junto a otro grupo de publicaciones científicas que se dieron a la publicidad ese año, constituyendo un verdadero boom editorial y científico técnico en la colonia que empezaba a despertar en los estertores finales del Siglo de las Luces.

Hasta fechas relativamente recientes existió la polémica sobre el origen de la enfermedad, si esta era americana o africana, pero ya está todo aclarado, la misma existía en ambos lados del océano, es decir en los dos continentes antes de la llegada de los europeos.

El profesor norteamericano Joseph Jones, de la Universidad de Lousiana, en el siglo XIX, realizó un estudio crítico de todas las grandes obras históricas y literarias de la antigüedad y no pudo encontrar ningún signo o síntoma que le permitiera reconocer la presencia de la fiebre amarilla en aquellos lugares en ninguna descripción de epidemia o de enfermedades transmisibles, posteriormente revisó las obras literarias correspondientes a la Edad Media, período famoso por la presencia de las grandes epidemias que arrasaron sobre todo a Europa y parte de Asia, encontró datos relativos a la peste, viruela, tifus, sarampión, fiebre tifoidea, lepra, cólera, disentería y meningitis cerebroespinal, no encontró tampoco la presencia de datos que le recordaran a la fiebre amarilla ni en las obras de medicina antes del descubrimiento americano en Eurasia.

Después del Descubrimiento de América, la situación informativa con relación a las enfermedades infecto contagiosas y las epidemias en el Nuevo Mundo cambió, unos pocos años tras éste hecho trascendental para la humanidad, comenzaron a publicarse un grupo muy interesante de e importante de historias, narraciones y crónicas, escritos por algunos de los personajes que participaron en la Conquista y principios de la colonización y otros que nunca salieron de España, pero que recepcionaban las cartas, informes y narraciones orales de los que si participaron, éstos autores conocidos genéricamente como Cronistas de Indias aportaron mucha información sobre las costumbres de éste lado del mundo y sobre las enfermedades, epidemias y mortandades que ocurrieron al principio, y constituyen una fuente de inestimable valor para reconstruir la historia de las enfermedades y de la medicina en América en aquellos tiempos.

Además de estas historias están las cartas de los primeros virreyes y obispos, que enviaban a sus superiores donde se informan o narran episodios de graves enfermedades que azotaban a los europeos recién llegados a América, en los meses de verano causando a veces la muerte a la tercera parte de ellos en los primeros días de la enfermedad y dejándolos amarillos, azafranados.

La Fiebre Amarrilla no fue reconocida plenamente en el continente hasta 1648, fecha en que se identificó por primera vez en el mundo una epidemia en Guatemala y Yucatán, ya al año siguiente estuvo presente en Cuba provocando graves estragos.

El Historiador Fray Diego López de Cogolludo, en su Historia de Yucatán, libro XIV , dejó una descripción testimonial de la epidemia, la primera escrita por un europeo, que es una de las más completas que existen, donde se aprecia que era una enfermedad totalmente desconocida para los españoles: "no vista otra vez desde que se conquistó esta tierra en la nación española".

Pero a su vez esta enfermedad no era desconocida para los habitantes de la región yucateca, pues el eminente historiador, filólogo y Obispo de Yucatán, doctor Cresencio Carrillo y Ancona, en una carta al Doctor Carlos J. Finlay le comentó que en sus traducciones correspondientes a las citas de los Códices Mayas de Chumayel y Tizimin, se demostraba que la primera epidemia de fiebre amarilla vista por los españoles en 1648, era la 4ta que estaba registrada en dichos documentos y que por tanto, tres de ellas correspondían a fechas anteriores al descubrimiento.

También en los códices mayas, en la parte correspondiente a los recetarios de los indios, se hacían referencias sobre la "medicina para el vómito de sangre", y en otra parte se señalaba: "medicina del vómito de sangre para personas que la arrojan no propiamente encarnada, que no parece verdadera sangre, sino como un líquido mezclado de hollín".

Ahora viene un hecho muy interesante, si la fiebre amarilla ya estaba presente en América desde mucho antes de la llegada de los españoles a tierra firme, esto ocurrió en 1519, ¿por que es que existió un período de tiempo tan largo, hasta 1648, casi un siglo y cuarto después, para que se presentará una epidemia entre ellos, mas teniendo en cuenta que no la conocían, que no tenían experiencia inmunológica frente a la misma?, los estudiosos del tema han planteado un elemento muy razonable en el que todos están de acuerdo: el vector transmisor de la enfermedad, el mosquito Aedes aegypti, que se llegó a la conclusión después de numerosas investigaciones que el mismo no existía en América al arribo europeo, que fue introducido años después desde las costas de África Occidental, donde si pertenecía al ecosistema del lugar y formaba parte del ciclo de infección, es decir, de la cadena de transmisión de la fiebre amarilla en aquel continente, pero que los europeos tampoco conocieron la enfermedad allí en ese momento.

Esta especie de mosquito viajó a través del Océano Atlántico dentro de los barcos negreros que iniciaron y mantuvieron durante más de tres siglos este inhumano comercio de seres humanos, que su explotación despiadada fue la base del trabajo y la riqueza que generó el Nuevo Mundo.

Este detalle ecológico nos induce a pensar y demuestra que en América no podía existir la forma urbana de la enfermedad, pues faltaba uno de los elementos de la cadena epidemiológica.

Por lo tanto los brotes que existieron anteriormente en nuestro continente fueron de fiebre amarilla selvática (La fiebre amarilla tiene dos formas de presentación: una selvática y otra urbana, donde los vectores de la transmisión del virus son especies diferentes de mosquitos, y la ecología de la enfermedad es diferente).

Estos brotes de la variedad selvática de la enfermedad estaban justificados por la estrecha relación en que vivían los pueblos o comunidades precolombinas con la naturaleza, con la selva, donde si estaban presentes todos los elementos de la cadena epidemiológica de la enfermedad.

El reservorio de la enfermedad en su forma selvática es mantenido en algunas especies de monos del genero Alonata: los titíes y los zaraguatos, los vectores en este caso son mosquitos de los géneros Haemagogus (Haemagogus spegazzini) y Aedes (Aedes leucocelanus).

Entonces fue necesario primero un proceso muy interesante de adaptación de una nueva especie animal en el territorio: tuvo que establecerse el mosquito Aedes aegypti en América, para que pudiera posteriormente aparecer una epidemia de fiebre amarilla en su variedad urbana y esto conlleva una secuencia de sucesos que no ocurre en la naturaleza con facilidad.

La nueva especie tiene primero que sufrir un proceso de adaptación para formar parte del ecosistema de un lugar determinado, que incluye la adaptación al nuevo hábitat, que se logra plenamente cuando empieza a reproducirse en el lugar de reciente implantación y sus poblaciones empiezan a elevarse hasta el nivel y concentración que permitan producir una epidemia a las poblaciones humanas que habitan en dicha región.

Entonces esa especie perfectamente adaptada ya forma parte del nicho ecológico y es parte de la cadena epidemiológica de transmisión de la enfermedad.

Esta situación descrita necesita tiempo, por ello no se presentaron las epidemias, o la primera epidemia hasta casi un siglo después de iniciado el comercio esclavo, pues para que este proceso se verificara tuvo primero que llegar el Aedes aegypti en cantidades suficientes y fue necesario que pasara un tiempo mas o menos largo para que el fenómeno ecológico se desarrollara en todas sus partes y llegara a la adaptación descrita.

Esto fue lo que ocurrió en América en 1648, con la primera epidemia que conocieron los europeos y sus descendientes de fiebre amarilla urbana, en Mérida, Yucatán. Y desde la tierra firme americana llegaron los mosquitos infectados con el virus de la enfermedad, en los barcos de las flotas que se dirigían a España, para establecerse en nuestra patria la severa epidemia de fiebre amarilla que asoló a La Habana y a toda la isla un año después.

Esta epidemia registrada oficialmente como la primera de fiebre amarilla ocurrida en el país, ocasionó una elevada morbilidad y mortalidad, esta última contabilizada como la mayor de todos los tiempos.

Pero todo esto que hemos narrado no se conocía en los momentos de aparición de los primeros brotes de la fiebre amarilla, no fue hasta que el doctor Carlos J. Finlay enunciara doscientos treinta y tres años después, en 1881, la suposición de que el mosquito fuera el agente transmisor de la enfermedad y que la Cuarta Comisión Médica del Ejercito Norteamericano lo comprobará en territorio cubano en 1900, que todas esta teorías y estudios se pudieron realizar.

Esta teoría de Finlay que en un inicio pareció descabellada, realmente no era tan nueva, ya en 1790 el médico irlandés John Crawford, relacionó directamente a la fiebre amarilla con el contagio a través de los insectos.

Posteriormente en 1797 Benjamín Rush hizo notar la enorme cantidad de mosquitos presentes durante la epidemia de fiebre amarilla ocurrida en Filadelfia, observación seguida por otras semejantes de Vaugham, en Willington en 1802; Blair en la Guyana Británica en 1812, y Whightman, en San Agustín en 1833.

El notable médico de Mobile, Alabama, Josiah Clark Nott , publicó en 1848 un importante artículo en el que refutó la teoría miasmática y postuló que la fiebre amarilla y quizás la malaria, eran de origen animal o producidas por insectos y mostró numerosas y valiosas analogías entre el ciclo vital de los insectos y la epidemiología de la fiebre amarilla.

Louis Daniel Beauperthuy , médico venezolano hizo un gran aporte a la idea del contagio de las enfermedades a través de un agente intermediario, en el artículo que publicó en la Gaceta Oficial de Cumaná, el 23 de mayo 1854, donde expuso que los insectos tuliparios eran los responsables de la propagación de la fiebre amarilla, que ellos al chupar la sangre del ser humano, a su vez lo inoculaban con materias animales putrefactas sacadas de las sucias aguas en que se criaban y que estas contenían los animalúculus de la fiebre amarilla y otras enfermedades graves y añadió que los pantanos eran dañinos, no por los efluvios nocivos, sino por la presencia de mosquitos capaces de llevar esos venenos a los tejidos humanos. Arístides Agramonte lo consideró como el abuelo de la teoría de Finlay.

Beauperthuy confundió la fiebre amarilla con el paludismo y equivocó el agente intermediario al rechazar al hoy denominado Aedes aegypti.

En 1853 Dawler, de Nueva Orleáns, asoció el aumento de mosquitos, con la presencia de una epidemia de fiebre amarilla en dicha ciudad. En Lima, Perú, Manuel E. De los Ríos en 1856 afirmó que el agente causal podía diseminarse a través de insectos propios de los países tropicales y Mario Arozamena, en 1868 en la misma ciudad, atribuía su causa a la presencia de un contagio animado.

Raimbert en 1869 demostró experimentalmente que el ántrax podía ser propagado por las moscas y en 1870 el ruso Aleksej Pavlovich Fedchenko, demostró que las hembras del parásito Dracunculus medinensis, localizadas en las extremidades inferiores, provocan una pequeña úlcera en los pies a la cual abocan la vulva dejando escapar millares de larvas cuando se ponen en contacto con el agua.
Demostró también que estas larvas penetraban activamente en un crustáceo del grupo de los copépodos, en cuyo interior se desarrollaba y cuando una persona lo ingería inadvertidamente con el agua de beber, la referida larva emigraba en el organismo del hombre y reproducía el parásito adulto. Este descubrimiento demostró que un crustáceo podía ser vector de una enfermedad parasitaria.

Sir Patrick Manson al estudiar la filariasis (elefantiasis), razonó que un elemento viviente, que tomara la as microfilarias durante el sueño de los enfermos tendría que ser el transmisor de esa enfermedad. Pensó en el mosquito Culex de hábitos nocturnos, lo que comprobó al encontrar gran cantidad de microfilarias en la sangre contenida en el estómago de éste.

Esta teoría la publicó en 1879, en el artículo escribió: " es que el mosquito con su carga de microfilarias caería en las aguas, donde hacen su ovoposición las hembras y las aguas contaminadas con larvas de filarias infectarían al hombre al ser ingeridas".

Fue con posterioridad a 1881 en que Finlay presentó comprobada su teoría, que Mason , en 1883 completó el ciclo en el mosquito Culex fatigans y no fue hasta 1889 que en mosquitos infestados demostró experimentalmente la transmisión de la filaria al hombre. Posterior a que Finlay presentó su teoría en 1881, tuvo una actitud de científico honesto y reconoció la prioridad de Finlay como creador de la Teoría Metaxénica del contagio de enfermedades y presentó la candidatura del sabio cubano al Premio Nobel de Medicina y Fisiología.

El elemento medular medular de la doctrina de Finlay, fue la transmisión de la enfermedad desde un sujeto enfermo, a uno sano, a través del mosquito, completando la cadena epidemiológica de la transmisión de la enfermedad.

Pero todo esto que hemos narrado no se conocía en los momentos de aparición de los primeros brotes de la fiebre amarilla, no fue hasta que el doctor Carlos J. Finlay enunciara doscientos treinta y tres años después, en 1881, la suposición de que el mosquito fuera el agente transmisor de la enfermedad y que la Cuarta Comisión Médica del Ejercito Norteamericano comprobará esta teoría en territorio cubano en 1900, que todas esta teorías y estudios se pudieron realizar.

La primera epidemia oficialmente reconocida de fiebre amarilla en Cuba data de 1649, año en que se reportó como su primera aparición y que tiene el récord también histórico la mayor tasa de mortalidad entre las epidemias que afectaron la isla, calculada por el doctor Jorge Le Roy en 121, 72 por mil. En esta epidemia fueron diezmados también las pocas fuerzas médicas con que contaba la villa de La Habana. Por su causa fallecieron los cirujanos Pedro Estela y Jaque Sandoval, al igual que el médico Antonio de la Paz Gutiérrez

En 1652 se repitió otra epidemia en La Habana, que se extendió a toda la isla. En 1658 hubo una violenta presencia de la enfermedad en Bayamo y masivas irrupciones en 1693 en La Habana y en 1695 en Santiago de Cuba.
Entre los siglos XVI y XVII la isla estuvo afectada principalmente por frecuentes y catastróficas epidemias de viruela, a las que se sumó la fiebre amarilla a mediados del XVII.

Desde entonces ambas enfermedades fueron de la mano sembrando el terror con profundas repercusiones demográficas y económicas, que tuvieron su reflejo también en el aspecto social.

En los primeros tiempos de la colonia, la Metrópoli decidió establecer y desarrollar una economía conocida como de tipo factoría, que dadas las condiciones naturales y geográficas, pudo haber ofrecido un relativo esplendor a la isla, sumándose a ello en los inicios del siglo XVIII el incremento del cultivo del tabaco, café y azúcar.

Esta prosperidad potencial en el aspecto económico se vio frenada por las condiciones epidemiológicas de la isla y en ello tuvieron un papel fundamental el binomio constituido por la viruela y la fiebre amarilla, visto como una pareja maldita por los habitantes de la época y por los posibles emigrantes europeos que venían a establecerse, levantar algún tipo de negocios y generar capitales.

Esto los llevó a seguir rumbo a tierra firme y la isla quedó como un lugar de paso, lo que indudablemente afectó su desarrollo económico y social.

Además, cada vez que se presentaba una epidemia de cualquiera de estos males, era bastante elevada la mortalidad, lo que mermaba continuamente la escasa población cubana y, sobre todo, la fuerza de trabajo.

Ejemplos de los ataques de estas enfermedades lo sufrieron la escuadra de Francisco Pizarro que cuando llegó a La Habana en momentos del azote de una epidemia de fiebre amarilla, la misma se recrudeció con su marinería y produjo en ésta daños de gran envergadura. Similar situación ocurrió con la escuadra de Rodrigo de Torres en 1742.

Estos hechos ayudaron a darle a la isla la fama de lugar inhóspito e insalubre e influyó en las decisiones de seguir a tierra firme a muchos de los que inicialmente habían venido con el propósito de establecerse aquí.

Estas enfermedades influyeron en acontecimientos de tipo político y militar, como fue el caso de la toma de La Habana por las fuerzas inglesas. La fiebre amarilla estuvo presente un año antes de este hecho con una gran epidemia que causó tres mil muertos entre los soldados españoles destacados en la ciudad, que diezmó notablemente sus fuerzas y limitó bastante su resistencia, factores estos que inclinaron la balanza hacia los británicos y provocó la derrota española.

Con el gobierno inglés de limitada extensión geográfica a la capital y áreas aledañas se vio un florecimiento económico de la zona, pues derogó el monopolio peninsular del comercio y trajo la libertad del trasiego de mercancías por el principal puerto, reflejado en las nuevas condiciones de vida de la ciudad.

Más tarde hubo otra epidemia de fiebre amarilla, que esa vez atacó con saña a las tropas inglesas, debilitó su poder y forzó las negociaciones con la Corona española.

   
   
Dr. Enrique Beldarraín y Lic. José A. López
Editores Principales
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Agradecemos la colaboración a:

Dr. José López Sánchez, Dr. Gregorio Delgado García y al Museo de Historia de las Ciencias Carlos J. Finlay