"EL
CENTENARIO "FINLAY" Y EL DÍA DE LA MEDICINA AMERICANA"
La Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales
de La Habana, queriendo celebrar con el mayor esplendor la fecha
memorable de los cien años del natalicio del gran Finlay,
ha hecho suya la idea de requerir de los países fraternos
que fijaran un día para rememorar la grandeza de su medicina,
para festejar la gloria de sus descubrimientos científicos,
y que eligieran el 3 de diciembre. Al efecto ha creado la Comisión
Organizadora del Centenario "Finlay" y el Día de
la Medicina Americana.
Es de equidad y de justicia que Cuba, la América entera,
todo el Universo, reconozcan el valor del descubrimiento del inmortal
camagüeyano, y fijen de una vez y para siempre el alcance de
su doctrina, la cual inició un nuevo y luminoso sendero de
la medicina profiláctica. Porque su trabajo básico,
"El mosquito hipotéticamente considerado como agente
de transmisión de la fiebre amarilla", no tuvo sólo
el valor de descubrir el medio de contagio del vómito negro,
sino que fue la apertura de un amplio campo en la etiología
y patogenia de las enfermedades tropicales; fue el conocimiento
de la transmisión de las afecciones de hombre a hombre por
el intermedio de insectos chupadores de sangre. Finlay abrió
el capítulo de la medicina preventiva de los trópicos.
Le siguieron muchos hombres eminentes que la historia guardará
con sacrosanta veneración: Laverán, Ross, Osvaldo
Cruz, Gorgas, Chagas, Castellani, Donovan, Manson, Noguchi, y tantos
otros que harían la lista interminable. ¡Qué
honra para esta pléyade de médicos geniales que Finlay
fuese su precursor!
Sin embargo, la labor de Finlay, la magnitud de su descubrimiento,
la prioridad de su doctrina, es aún en nuestros días
olvidada o desconocida. Y encontramos que autores de la probidad
de Guiart, en su Manual de Parasitología, al hablar de las
características etiológicas del paludismo dice: En
1884 P. Manson, entonces médico de las aduanas chinas en
Amoy, y hoy día profesor de la Escuela de Medicina Tropical
de Londres, enseñaba que los mosquitos eran los agentes de
transmisión de la filaria de la sangre. Este descubrimiento
fue un rayo de luz para Laveran quien, a partir de aquel día,
emitió la hipótesis de que los mosquitos podían
muy bien ejercer un papel en la propagación del paludismo,
como sucedía en la filariosis.
Con todo el respeto que nos merece el distinguido profesor de la
Facultad de Medicina de Lyon, nosotros, en honor a la justicia y
veracidad de los hechos, le antepondríamos a dicho párrafo
el que sigue: En 1881 Finlay, entonces modesto y laborioso médico
cubano, y hoy día considerado la figura más sobresaliente
de la medicina tropical, enseñaba que los mosquitos eran
los agentes de transmisión de la fiebre amarilla. Este descubrimiento
fue un rayo de luz para Manson quien, a partir de aquel año,
emitió la hipótesis de que los mosquitos podían
muy ejercer un papel en la propagación de la filariosis,
como sucedía en la fiebre amarilla.
Finlay demostrando con su doctrina el medio de transmisión
de la fiebre amarilla,
Señaló el camino a una serie de descubrimientos médicos,
que hicieron posible la obra de saneamiento de la zona tropical.
Esto permitió la implantación de múltiples
industrias y el desarrollo de grandes centros comerciales; la inversión
de capitales y el desenvolvimiento financiero por las garantías
sanitarias en esta zona del mundo y, como consecuencia sociológica,
resultó factor determinante de muchos acontecimientos internacionales.
La obra de Finlay es de una importancia considerable. No fue estrictamente
científica. Tuvo trascendencia médica, social, económica
y política. Merece pues que su memoria sea perpetuada de
acuerdo con la intensidad y alcance de su labor. América
no debe dudar en elegir, por unanimidad, el 3 de diciembre para
celebrar el Día de la Medicina Americana. Y esa fecha no
sólo se conmemorará cada año el recuerdo de
Finlay, sino también el de todos sus grandes científicos.
Horacio Abascal
Fuente:
Abascal H. El centenario "Finlay" y el Día de la
Medicina Americana. [editorial]. Cron Med Quir Habana 1933;59(1):1-2.
|