Así, para algunos sectores de la población, especialmente ancianos, la siesta puede deteriorar la calidad del periodo de descanso nocturno, por lo que puede no ser aconsejable.
Además, después de las comidas, se produce un descenso indudable de nuestra actividad, influido por un fenómeno conocido como el efecto postpandrial. Se inicia un periodo de digestión que implica el aumento del flujo sanguíneo hacia el territorio gastrointestinal, lo que produce un descenso en la actividad de diversos sistemas del organismo.
Según el especialista de la Clínica Universitaria, durante la siesta la tensión arterial puede reducirse de forma similar a lo que ocurre durante el descanso nocturno. Sin embargo, después de dicho descenso se produce una nueva elevación de la tensión que deberá tenerse en cuenta en las personas que deben controlársela. En pacientes diabéticos se producen estos cambios de la tensión arterial asociados a la siesta.
LA SIESTA
En los últimos años han surgido algunos estudios que defienden los efectos beneficiosos de la siesta. Junto con la dieta mediterránea conforman un estilo de vivir que empieza a ser conocido en el mundo. Se define la siesta como un periodo de descanso establecido en la primera hora de la tarde, de duración limitada, después de la comida, y que interrumpe la actividad diaria.
Habitualmente, se recomienda un periodo de descanso nocturno de al menos siete horas, aunque existen grandes variaciones individuales. Los neonatos pueden llegar a dormir las dos terceras partes del día. Esta duración se reduce de forma progresiva hasta llegar a la fase adulta, y se acentúa todavía más en la tercera edad.
23 agosto 2005
Fuente: Azprensa