Palabras del escritor Virgilio López Lemus en la inauguración de la exposición personal de José Miguel Pérez sobre rostros de “José Martí”, en el hotel Inglaterra, julio del 2002.
“José Martí” por José Miguel Pérez
Una forma singular de ver vivo a José Martí, consiste en la interpretación de su pensamiento a través de su rostro, por medio del arte pictórico. José Miguel Pérez, artista experimentado, de obra en plena madurez, presenta el tema del rostro martiano, con el que había alcanzado en 1974 una mención honorífica en el Salón XXI Aniversario de las FAR. Es naturalmente ahora cuando el artista consigue resultados definitivos de los últimos años de intensa reflexión sobre la figura martiana, con sus mejores cuadros de trazo ancho y colorido firme, de espirales y palmas, de verdes que evocan la floresta cubana y, sobre todo, la relación de la poética de José Martí con la Naturaleza.
La faz, el rostro, es la zona más expresiva del cuerpo humano. Allí están cuatro de los órganos sensoriales, desde donde los ojos dominan visualmente al mundo y ofrecen las primeras sensaciones elementales para su aprehensión. Pero también la faz es expresividad. Así como el ser que la posee aprehende al mundo, es a la par percibido, se puede hablar de su expresión, y tanto la mirada como los rictus de los labios o las líneas faciales muestran aspectos del carácter, de las disposiciones y dones del individuo observado. La observación del arte es aún mucho más penetrante, de manera que un busto o la faz pictórica deben recoger y expresar esencias de la personalidad ya reconocida por la historia y que el artista transporta a sus códigos expresivos.
Los siete José Martí de José Miguel Pérez denotan firmeza del color y de los trazos para hablarnos de una fuerte espiritualidad, de un hombre que se advierte reconcentrado y a la vez entregándosenos, de manera que el pintor asume una dualidad estupenda: nosotros podemos ver en estos rostros arte y serenidad, a la par que el arista nos hace sentir a un Martí que nos mira de manera luminosa y meditativa. Las espirales evocan meditación, el cerebro martiano externizándose en nosotros, en tanto los verdes y los azules hablan de Cuba, cuya presencia en los cuadros es más explícita aún por las palmas reales. Así como la faz de la naturaleza es el paisaje, José Miguel Pérez nos ofrece el paisaje del hombre. Nos toca a nosotros penetrar en estos rostros, en la faz de Martí y en la imagen de la naturaleza, donde debemos hallar confirmación de nuestra humanidad esencial.
Este arte noble, fiel a la mejor tradición de la pintura cubana, del retrato que viene de
Arche, pasa por un Raúl Martínez y llega a José Miguel Pérez, nos permite asumir el reto plástico con entusiasmo, porque con él se nos trasmite una suerte de alegría íntima, de esperanza, de plenitud y sinceridad que escapan de estos rostros martianos, no sólo debido al hombre que es retratado, sino porque el artista nos convierte en cómplice suyos, nos hace sentirnos implicados en su diálogo, en su coloquio, en su manera franca de aproximarse al hombre luminaria de nuestra nacionalidad.
Diría ahora que somos un país rico en pintores y pobre en critica de arte, de modo que la mayoría de las notables exposiciones que vemos en la ciudad de La Habana, suele pasar sólo con palabras de catálogo o brevísimas evocaciones en la inauguración, o quizás un anuncio de prensa, y, con más suerte, una breve reseña en alguna revista o periódico. Quizás los críticos existen, lo que necesitamos es más espacio de crítica. Por fortuna, como se advierte en la exposición de José Miguel Pérez, hay arte suficiente para sobrevivir el rasero crítico, podemos sentirnos orgullosos de la tradición pictórica nacional cubana y parte de ese orgullo queda visible hoy aquí, en los acogedores salones del Hotel Inglaterra, donde José Miguel Pérez muestra otra faz de la vigencia de José Martí.
|